Oda a la croqueta

Si tuviera que estar en una carta de un restaurante, a mí me gustaría ser una croqueta. Es un clásico de la gastronomía española, y aquel comodín que gusta a todo el mundo en su menú. Desde pequeños niños caprichosos a abuelos desdentados.. y es que nos acompañan toda la vida!

Son parte de la infancia. ¿quién puede olvidar las buenísimas croquetas que hacía tu abuela con todo mimo?.. Las madres, en la retraguardia, saben que también tendrán su merecido reconocimiento cuando pasen a ser abuelas, pero es que son necesarios muchos años y vueltas de sartén en cucharas de madera para redondear de forma mágica la esencia de una estirpe. Se han dado casos de personas que han congelado croquetas años y años para conservar el alma de la dinastía familiar.

No sólo son una responsabilidad esencial cuando eres abuela o madre (y porque no abuelo o padre..), también nuestras amadas croquetas son compañeras de adolescencia.. ¿Qué bendición es el llegar de juerga por la noche, y encontrarlas, cocinadas del día anterior.. esperándote!? Y descubres que hasta frías te las puedes comer a pares. Amablemente preparan tu estómago para que la resaca del día siguiente se lleve con más sosiego… ¿no es eso amor? Pues sí.. y para muchos, su primer amor…

Los que amamos el arte de la cocina, sabemos que hacer una bechamel no es solo ligar la leche con la harina, sabemos que el hacer croquetas es un “ritual de generosidad”. Generosidad por el tiempo que le dedicas, y ritual porque detrás del sabroso primer mordisco hay toda una técnica y protocolo. Técnica más o menos depurada, pero que en todas tienen un ingrediente secreto que las hacen diferente de las demás: una especia, un golpe final de sartén o freidora, una combinación asombrosa de sabores…

Y como todo bien preciado, existe un contrabando de croquetas perfectamente organizado. En los pasillos de los hospitales se ven tuppers escondidos en bolsas, que sólo los que hemos estado postrados en sus camas sabemos que son mordiscos de vida. Las enfermeras hacen la vista gorda, y los médicos no las recetan por miedo a hacer estragos en la industria farmacéutica. También en los autobuses y metros, se percibe un trasiego de madres que se dirigen a las neveras de sus hijos recién independizados. Movidas por una razón en parte egoísta: creen así estas progenitoras, que no caerán en el olvido, y por otra razón más atávica: que sus polluelos que acaban de emprender su vuelo, se conviertan en gavilanes.

Un mordisco en una croqueta siempre es una sorpresa. Puede inundar tu boca y mezclarse entre tus dientes o llenarte de tropezones.. puede ser de diferentes colores o hasta totalmente negras por la tinta de un calamar!. Puede crujir y romperse de forma valiente o desvanecerse suavemente en tus labios de forma sugerente. Todas tienen su propia personalidad. Desde luego, si yo fuera un inspector de Guía Michelín, lo primero que pediría sería una croqueta y en mi restaurante sería la especialidad de la casa, escuchándose de fondo: “marchando una croqueta para la señorita coqueta!”

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