Me gusta conocer los restaurantes recién inaugurados. Observar el nerviosismo de los primeros días, la atención del servicio en todos los detalles, y porqué no, los fallos propios de un estreno. Incluso disfruto yendo al cabo de unas semanas, y estudiar cómo van evolucionando.
Llevaba días intentando reservar una mesa sin éxito, pero fue gracias a mi madre, empeñada en ir al “Museo del Belén” casi a la vuelta de la esquina, que nos encontramos de frente con la puerta del restaurante recién inaugurado “LU”.
Entramos. Olor a nuevo. Todo perfectamente ordenado; contrastando con el ir y venir de personas arreglando los últimos detalles. Reservamos mesa para comer al día siguiente, y como mi madre no perdona: seguimos caminito de Belén!
Ir a comer con mi madre a restaurantes de “vanguardia” , siempre me aporta una nueva visión gastronómica. Mi madre es una mujer de Burgos de “la avenida del Cid”, donde la cocina y la materia prima es “religión”. Resumiendo, comiendo florituras: las justas.
Al día siguiente, puntuales a nuestra comida, nos recogieron los abrigos en la entrada, y nos pasaron inadvertidas unas vitrinas donde después supe que allí se exponen tesoros de nuestra gastronomía. Me hubiera encantado, que alguien nos contara qué hacían allí expuestos esos manjares, porque toda esa “Oda al producto”, seguro hubiera conectado directo con nuestro corazón y papilas gustativas.
En el techo espejos y escaleras, divertidas sillas y frases de luces con motivos de “Alicia en el País de las Maravillas”, y lo que a mí me encanta: la cocina abierta, rodeada de una barra donde poder comer. Para mí, esta configuración de sala es una muestra de cocina cercana y de verdad. Además humaniza la restauración: acerca a los clientes y a los cocineros. El cliente ve cómo están trabajando con esmero para que disfrutes, y el cocinero ve cómo lo recibe el cliente, aprendiendo para el siguiente plato.Conozco en un restaurante en Barcelona que incluso se colocaron televisiones enormes, para que desde la sala se viera como trabajaban en cocina. Mi madre echó de menos el mantel y un poco más de luz, pero ya le expliqué que las “modernidades” tienen esas cosas, y como mujer de mundo que es, enseguida se le olvidó y me comentó lo preciosa que era la cubertería de Cutipol y la originalidad de su vajilla.
A Juan Luis Fernández le había visto siempre detrás de la barrera, hace ya mucho tiempo en Aponiente como cliente suya, y tenía curiosidad por conocer su nueva propuesta. Admiro a la gente valiente que se arriesga por sus ideas y se atreve a seguir sus propios sueños.
Una vez nos dieron las cartas, unos cofres azules que se abrían con unas puertecitas que parecían guardar un tesoro, vino Juan Luis a tomarnos nota, y nos dejamos llevar por sus sugerencias y entusiasmo. De todos los platos que tomamos: el mollete de atún, las carrilleras y el cuello de cordero.., a mi madre y a mí, el que más nos gustó fue un sabroso huevo de corral con un consomé de jamón buenísimo, con setas y coronado con trufa rallada por el propio chef. (ver foto)
Entonces nos entregaron un pergamino de tela, donde como en lingotes de oro, estaban grabados los postres. Nos sentimos en ese momento Alicia, esperando qué podía pasar a continuación y con qué nos podían sorprender! (foto) Realmente así lo hizo la pastelera que se acercó a nuestra mesa.. probamos unos postres exquisitos, a destacar la torrija: gordita, crujiente por fuera, pero blandita y jugosa por dentro (me recordó a las de el restaurante Urola de San Sebastián, para mí de las mejores torrijas del mundo).
Para espabilarnos e intentar volver a nuestro mundo más terrenal tomamos un café, que lo acompañaron de otro pequeño dulce, colocado en equilibrio en un tronco que resultó ser un original azucarero.
Nos despidió en la puerta JuanLu (como le llaman sus amigos, o yo después de las dos copas de la comida.. ) y le felicité por su valentía y su originalidad en la propuesta, tan diferente de lo que suele verse en Jerez.
Nos fuimos mi madre y yo, cogidas del brazo calle abajo, encantadas de haber disfrutado de momentos de locura en el Universo LU.
Pero fue la misma semana, cuando el Basque Culinary Center, donde estudié “Turismo Gastronómico”, publicó las conclusiones de un encuentro sobre “El restaurante en la era digital” y me quedé con la siguiente frase que me hizo pensar en el restaurante LU y la importancia del storytelling : «El comensal valora la atención y la creatividad en todo el marco de la relación con el restaurante, no sólo en la comida.»
“La gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo la hiciste sentir”
– Maya Angelou.
• Un lujo: Los postres y su pastelera dulce y encantadora: Dolce Nilda. Preguntar por la vainilla de los “20 soles” traída desde Méjico con la que elabora un delicado postre.
• Un secreto: en la carta de vinos hay una “Fast List”, por si no te quieres complicar pensando en elegir. Aunque merece la pena conocer a su sumiller para que te recomiende estupendos vinos de Jerez.
• Indicado para: una noche con un toque de locura o una velada original donde la imaginación tome las riendas. Ideal si estás solo, te sientas en la barra y te entretienes viendo el cuidado y cariño que le ponen a la cocina.
• Contraindicado: quien quiera mantel, mucha luz y un ambiente tradicional.
• No te pierdas cerquita: el “Museo del Belén”. Preciosos nacimientos: a destacar en especial un par de ellos en el que es San José es quien arropa con ternura al niño en sus brazos. (en la Calle Circo)
Más datos: Dress Code: puedes permitirte alguna excentricidad…
Dirección: C/ Zaragoza 2 (cerca de la plaza Aladro), JEREZ.